Acá...Jorge Luis
Borges hablando sobre el Gran
Edgar Allan Poe; fruto de su lamentable vida y la neurosis que eso le genero y genera hoy:
Como muchos otro grandes,
Poe tuvo que padecer la pobreza, las enfermedades, el rechazo general, las malas
interpretación sobre el y sobre su obra, etc...el sacrificio que es caro pasar pero preciso.
_Detrás de
Poe, (como detrás de
Swift, de
Carlyle, de
Almafuerte) hay una neurosis. Interpretar su obra en función de esa anomalía puede ser abusivo o legítimo. Es abusivo cuando se alega la neurosis para invalidar o negar la obra; es legítimo cuando se busca en la neurosis un medio para entender su génesis.
Arthur Schopenhauer ha escrito que no hay circunstancia de nuestra vida que no sea voluntaria; en la neurosis, como en otras desdichas, podemos ver un artificio del individuo para lograr un fin. La neurosis de
Poe le habría servido para renovar el cuento fantástico, para multiplicar las formas literarias del horror. También cabría decir que
Poe sacrificó la vida a la obra, el destino mortal al destino póstumo.
Nuestro siglo es más desventurado que el
XIX; a ese triste privilegio se debe que los infiernos elaborados ulteriormente (por
Henry James, por
Kafka) sean más complejos y más íntimos que el de
Poe. La muerte y la locura fueron los símbolos de que éste se valió para comunicar su horror de la vida; en sus libros tuvo que simular que vivir es hermoso y que lo atroz es la destrucción de la vida, por obra de la muerte y de la locura. Tales símbolos atenúan su sentimiento; para el pobre
Poe el mero hecho de existir era atroz. Acusado de imitar la literatura alemana, pudo responder con verdad: El terror no es de Alemania, es del alma. Harto más firme y duradera que las poesías de
Poe es la figura de
Poe como poeta, legada a la imaginación de los hombres. (Lo mismo ocurre con Lord
Byron, tal vez con
Goethe). Algún verso inmemorable -
Was it not Fate,
that,
on this July midnight - honra y acaso justifica sus páginas, lo demás es mera trivialidad, sensiblería, mal gusto, débiles remedos de
Thomas Moore.
Aldous Huxley se ha distraído vertiendo al singular dialecto de
Poe alguna estrofa sentenciosa de
Milton; el resultado es lamentable, sin bien cabría objetar que un párrafo de El escarabajo de oro o de Berenice, traducido a la inextricable prosa del
Tetrachordon, lo sería aún más. Nuestra imagen de
Poe, la de un artífice que premedita y ejecuta su obra con lenta lucidez, al margen del favor popular, procede menos de las piezas de
Poe que de la doctrina que enuncia en el ensayo
The philosophy of composition. De esa doctrina, no de
Dreamland o de
Israfel, se derivan
Mallarmé y
Paul Valéry.
Poe se creía poeta, sólo poeta, pero las circunstancias lo llevaron a escribir cuentos, y esos cuentos a cuya escritura se resignó y que debió encarar como tareas ocasionales, son su inmortalidad. En algunos (La verdad sobre el caso del señor
Valdemar, Un descenso al
Maelström) brilla la invención circunstancial; otros (
Ligeia, La máscara de la Muerte Roja,
Eleonora) prescinden de ella con soberbia y con inexplicable eficacia. De otros (Los crímenes de la
Rue Morgue, La carta robada) procede el caudaloso género policial que hoy fatiga las prensas y que no morirá del todo, porque también lo ilustran
Wilkie Collins y
Stevenson y
Chesterton. Detrás de todos, animándolos, dándoles fantástica vida, están la angustia y el terror de
Edgar Allan Poe. Espejo de las arduas escuelas que ejercen el arte solitario y que no quieren ser voz de los muchos, padre de
Baudelaire, que engendró a
Mallarmé, que engendró a
Valery,
Poe indisolublemente pertenece a la historia de las letras occidentales, que no se comprende sin él. También, y esto es más importante y más íntimo, pertenece a lo intemporal y a lo eterno, por algún verso y por muchas páginas incomparables. De éstas yo destacaría las últimas del Relato de
Arthur Gordon Pym de
Nantucket, que es una sistemática pesadilla cuyo tema secreto es el color blanco.
Shakespeare ha escrito que son dulces los empleos de la adversidad; sin la neurosis, el alcohol, la pobreza, la soledad irreparable, no existiría la obra de
Poe. Esto creó un mundo imaginario para eludir un mundo real; el mundo que soñó perdurará, el otro es casi un sueño.
Inaugurada por
Baudelaire, y no desdeñada por
Shaw, hay la costumbre pérfida de admirar a
Poe contra los Estados Unidos, de juzgar al poeta como un ángel extraviado, para su mal, en ese frío y ávido infierno. La verdad es que
Poe hubiera padecido en cualquier país. Nadie, por lo demás, admira a
Baudelaire contra Francia o a
Coleridge contra Inglaterra.
(la foto
aquí expuesta es real...es
Poe. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia!!
je!)